Por: Gabriela Rivera Díaz
En una de mis primeras clases del Máster un profesor lanzó esta pregunta: "¿qué es el amor?" acompañada de las siguientes " ¿se puede definir? ¿se puede medir? ¿existe una fórmula para el éxito?"
Siempre me he cuestionado por el amor... Es un tema que me intriga, apasiona y a la vez me quita la respiración. Soy hija de padres divorciados, los dos presentes e incondicionales en mi vida. Se separaron cuando tenía 3 años, así que no crecí con un modelo de pareja casada. No sé cómo pelean los papás y mamás que viven juntos, no sé cómo se aman ni cómo manejan la rutina. Tampoco sé cómo se re-inventan.
Esto tiene sus pros y contras: no tengo un referente que me limite o me lleve a idealizar el amor pero a la vez, y por esto mismo, puedo ser incrédula. En mi camino, he decidido cuestionar, analizar y llegar a mis propias conclusiones. Así que aquí va un primer intento, seguramente de muchos:
Parece que la fórmula inventada para hacer funcionar el amor es el matrimonio, o al menos eso nos hicieron creer. Aclaro: no estoy en contra del matrimonio, me parece un proyecto de vida que da sentido, compromiso y norte. Puedo imaginarme en un bosque, con trenzas en mi pelo, haciendo un ritual para honrar el amor de dos ojos que me miran llenos de cuidado y admiración. Sin embargo, pienso que los votos y las promesas están mal planteadas.
¿Hace cuántos años hemos escuchando lo mismo: “prometo serte fiel durante toda mi vida, en las alegrías y penas, en la salud y la enfermedad” y desde entonces cuántos divorcios, infidelidades o parejas infelices no vemos mes a mes? Mirar hacia atrás e imaginar un amor eterno como el de la mayoría de nuestros abuelos es romántico. ¿Qué tan felices fueron todos estos matrimonios? No lo sabemos… Pero nos gusta imaginar que muy… Sin embargo, luego nos adelantamos una generación y observamos las relaciones de nuestros papás y comenzamos a pensar… En algunos casos, usualmente excepcionales, existe un amor bonito, sincero; pero más allá, un trabajo personal de ambas partes en la que el respeto, comunicación, admiración, escucha y apoyo se han convertido en una práctica cotidiana. Y también vemos que en muchos casos no hay amor, hay comodidad, rutina, miedo a la soledad y a la vejez… En el escenario de padres divorciados vemos corazones que han pasado desilusión y frustración al encontrarse que el modelo tradicional no funcionó en ellos, que nadie les avisó que “el matrimonio y la convivencia es dura”...
Y entonces, luego, buscamos aterrizar todo el análisis previo a nuestra vida, experiencias propias y misma generación. Nos damos cuenta de que hay varias parejas jóvenes casándose y podemos sentir que “nos está dejando el tren”, pero también pesamos más de mil veces si este modelo va a funcionar en nosotros. Si me ubico en la generación de los Millenial (en la que nací), nos damos cuenta de que hemos vivido todo “muy rápido y quemado varias etapas” en comparación con la generación adulta. Entonces, los millennials nos caracterizamos por haber tenido varios novi@s, experiencias sexuales a “temprana edad”, acceso a información ilimitada por la tecnología y las redes sociales… Inventos como Tinder o Bumble, que nos dan un catálogo inmediato de posibles prospectos de parejas o “sex friends”. Y nos volvemos a preguntar; ¿me quiero casar? ¿creo en el amor? ¿qué es el amor? ¿poliamor, qué es eso? ¿quiero tener hijos? ¿es irresponsable? Y así nuestra cabeza se funde en un mar de preguntas…
Todas sin respuestas, quizás, porque cada alma irá encontrando su camino. Lo que sí creo que nos da luces es replantear las promesas que hacemos, siendo conscientes de que el contexto ha cambiado, de que nuestro ritmo de vida ya no es el mismo que hace 50 años y de que si sobre algo tenemos certeza es que el valor del “hoy” es diferente al de antes porque el “mañana” es incierto y en ese sentido el “amor como posesión y contrato a largo plazo” no es funcional, es poco real.
Entonces, ¿cómo podemos trabajar en un amor real? Esta pregunta me la hago una y otra vez y aunque seguramente todos los días seguirán llegando respuestas, por ahora me han llegado tres principales. La primera, aunque suene repetitiva, es cultivar el amor hacia nuestro ser… Porque desde ahí vamos a poder dar y recibir; pedirle al otro, poner límites para cuidar nuestro espacio personal y también saber hasta dónde estamos en capacidad de entregar.
Y suena fácil, amarnos… Pero sabemos que el proceso es mucho más difícil de lo que parece. Que vivimos evadiéndonos, ocupándonos, mirando hacia afuera… Nos aterra la idea de la “soledad”, mirar hacia dentro, escuchar el silencio, respirar la ansiedad y habitar la incomodidad que nos produce ver y reconocer nuestras sombras. Lo que no hemos entendido es que nuestras sombras vienen a traernos mensajes clave.
En mi caso, me han mostrado formas que uso para autosabotearme. Me han hablado de creencias arraigadas en mi mente que me dicen que “no soy suficiente”, “no merezco”, “no puedo”, “soy complicada”, “es difícil que me amen”, “soy mandona”... Y así continúan, en infinito, sembrando dinámicas autodestructivas hacia mi alma, que bloquean mi proceso de amor propio. Que me impiden ver que todas esas son ideas que puedo desechar para reinventarme. Y así, poco a poco, se transforman en regalos de crecimiento espiritual que me permiten conocerme en todos los niveles, habitar cada rincón de mi alma y aceptar mi vulnerabilidad, miedos, tristezas e inseguridades.
Entonces, una vez entendemos que el amor de nuestra vida somos nosotr@s mismas (porque ese sí que es para siempre, en la salud y en la enfermedad, en las buenas y malas), a este si le podemos jurar eternidad y ojalá lealtad y fidelidad… Entonces, sólo ahí, estamos list@s (verdaderamente) para amar a alguien más, para abrirle un espacio en nuestro corazón.
Y acá viene la segunda respuesta que me llegó: para amar hay que hacerlo desde la libertad. ¿A qué me refiero? Cuando “queremos a alguien” hablamos de querer “poseer”; en estas relaciones existen los celos, envidia, inseguridades, pero sobretodo, un día podemos querer y otro día podemos no querer. Muchas veces confundimos “querer” con “amar”…
Cuando amamos, existe una constancia permanente, incondicional, transversal, que no controla, sino que simplemente está. El amor supera los tiempos, la distancia, los contextos. El amor no se planea. no busca dominar, no es un juego de poder. Desde el amor, le deseamos a la otra persona lo mejor, y entendemos que algunas veces lo mejor podemos ser nosotros, pero que en otras ocasiones podemos no serlo. Que como las estaciones, a veces necesita de otras temperaturas, nutrientes, niveles de luz, modos de expresión. Que florece y marchita, entra en estados de hibernación, incubación, crecimiento y plenitud. De este modo, comprendemos que no es estático y aprendemos a fluir desde nuestros ritmos con su ritmo. Nos damos y le damos su espacio. Trabajamos en una relación en donde el aire es bienvenido y en donde la confianza sostiene sin importar la temporada.
Y finalmente, lo tercero que he descubierto es que debe haber un componente clave para que este amor, si hablamos de un amor en pareja, no se transforme en un amor fraternal. Este componente es la admiración. Admirar a nuestra pareja nos va a permitir mantener la energía encendida, activa, de magnetismo hacia el otro pero también hacia nosotr@s mims@s porque nos motiva a sacar lo mejor, nos impulsa a soñar en grande y a construir, co-crear…!
Para este último punto les quedo debiendo otro capítulo, pues mi alma está en espera de un encuentro con quien será el segundo amor de mi vida, ya saben que el primero soy yo :) Cuando llegue, este texto evolucionará y espero poder llegar a ustedes, con nuevos descubrimientos… Desde mis ojos y desde los de él…
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