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Ley del KARMA en una semilla

Todo comenzó por una semilla de cacao. La noche anterior, en una ceremonia de Cacao entre las montañas de Antioquia, San Rafael, prendimos una fogata. La guía del ritual nos entregó a cada uno dos semillas de Cacao. Las instrucciones fueron: "Pónganles una intención a las dos semillas y enciéndalas, bótenlas en el fuego. Luego tomaremos un cacao que preparamos".


A mi lado estaba sentado un italiano de ojos azules, profundos como la inmensidad del mar. Él entendió que había que comerse las pepas y cuando voltee la mirada lo vi terminando de pasárselas entre el ritmo de los tambores y cantos. Me reí. Lo miré y le dije: "Te comiste tus dos intenciones. Te regalo una de mis semillas para que la enciendas". Rápidamente mi mente pensó: Pero Gaby, ¡¿qué estás haciendo?! Te vas a quedar sin una intención. Inmediatamente otra voz en mi corazón respondió: no pasa nada, solo necesitas una. Mi niña interior sonrió.


A medida que los ritmos de la música fueron cayendo de decibel, mi nuevo amigo me propuso:


-¿Vamos a uno de los templos? Los sonidos de la naturaleza en la noche son increíbles - me dijo

-Sí, ¡vamos! Ojalá que no llueva - sin mucha duda y desde la confianza respondí.


Subimos varios escalones hasta llegar al templo más alto, en el cielo había nubes y se asomaban algunas estrellas. Hablamos de lo que nos preocupaba y nos quitaba la calma. Dos desconocidos contándonos por qué estábamos en ese Retiro de Yoga y Meditación. Dos extraños conectando y entendiendo que somos uno, que "tu dolor es mi dolor".


Las nubes se convirtieron agua y entre risas y la energía que nos había dado el cacao, regresamos cada uno a su cuarto a tratar de dormir. Di vueltas en la cama. Estaba compartiendo cuarto con mi padre, a quien había invitado al retiro como regalo de navidad. Lo sentí dar vueltas también.


La luna se escondió y el sol salió. Al día siguiente regresamos con mi padre a Medellín, me despedí de mi amigo sin saber que al otro día nos veríamos. Me invitó a ver la ciudad. Parqueando su moto abrió la maleta de los cascos y sacó dos objetos envueltos en papel.


-Te he traído dos regalos - me dijo.

-¿A mi? ¿por qué? - mi voz saboteadora entrenada para hacerme sentir "no merecedora" habló. Inmediatamente me di cuenta y volví a decir: -¡Gracias!

-Con mucho gusto. Me diste tu semilla. Ahora el universo te las devuelve multiplicadas. - Respondió.


Abrí rápidamente el segundo de los regalos y encontré un cacao completo. El fruto. ¡No lo podía creer! Nunca había tenido uno en mis manos ni sabía cómo se abría, cómo se comía y cómo se convertía en chocolate. Fui muy feliz. Lo abracé.


Y fue así como al fin pude entender la ley del Karma: si quiero que algo pase en mi vida, primero debo hacer que a alguien más le suceda eso que deseo que se manifieste en la mía. Es mi llamado ponerme al servicio. Dar sin esperar. Dar porque me nace, porque saber que sólo dando ya estoy recibiendo de vuelta: una sonrisa, la felicidad y bienestar del otro, la creación de un vínculo.


Transformar mi perspectiva y sentirme en abundancia (con solo una semilla y dando las otras semillas a otros seres) me llenó y llenará de vida. Hoy entiendo que si quiero salud, primero ayudo a otros a que tengan salud. Así me conecto con mi Dharma y lo puedo practicar.


¿Qué es el Dharma? Lo entiendo como nuestro propósito de vida. Un propósito que le sirve a la humanidad, que desenvuelve una cadena de acciones de felicidad. En este mismo sentido, entiendo el Karma como las acciones que desenvuelven reacciones equivalentes en la dirección contraria. Si practico Dharma, se desencadenará felicidad y abundancia en mi vida. Si actuó desde la inconsciencia y mis acciones son negativas, tendré Karma (reacciones negativas) en mi vida.


Una sola semilla de cacao, puede convertirse en un bosque. Porque se esa semilla saldrán frutos con miles de semillas. Todas las acciones son una cadena. Te explico mejor: Si te hacen mal y tu respondes con mal, eso se multiplicará. Si te hacen mal y tu respondes con bien (por ejemplo: no reaccionas ante los insultos de los demás), estás sembrando una semilla de bienestar y consciencia. Si recibimos algo bueno y lo reinvertimos en bienestar activamos las frecuencias de felicidad. Si atesoramos las semillas, ellas se pudren, no crecen. Tu territorio es limitado para que crezcan.


Entonces, y antes de despedirme, te pregunto: ¿qué semilla de bienestar siembras tu HOY para que otros sean felices? Te invito a que hagas una acción por otros, una acción diferente a la que sueles hacer, con algún desconocido. Observa que pasa en ti. Qué pasa en el otro. Y luego, vuelve a repetir. Así llamarás la abundancia que tanto buscas, porque ya está dentro de ti.


Si te gustó esta entrada y quieres compartir algo, deja un comentario. Te leo. conecto con tu fluir.


Con amor,


Gaby.

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